Odio Madrid. Se que sorprende esta afirmacición porque a mi me encanta(ba) Madrid. Odio Madrid.
El domingo, mi madre vino a mi piso de ciudad de provincias a dormir porque pretendía acompañarme a esa ciudad que me encanta(ba).
El problema no era dormir, que a parte de un maravilloso sofá-cama, la mía propia cama es de 1,35. Adoro rozando la locura mi cama de 1’35. En este país todo el mundo debería tener derecho, al menos durante una semana en su vida, a una cama de 1’35 para si sólo. Educación, sanidad y cama de 1’35 gratis nada más nacer. Adoro rozando la locura mi cama de 1’35. Puedo dormir vertical, casi horizontal, en diagonal y hacer la croqueta tantas veces como me de la gana…sin caerme. Adoro rozando la locura mi cama de 1’35. El problema era dormir con mi madre.
Yo para dormir soy buenísima. Mira que soy una plasta para cientos de cosas, pero para compartir cama soy lo mejor. No importa el tamaño de la cama. Incluso si es de 90. Yo antes de ir a dormir bebo agua y hago pis. Luego me dejas en un rinconcito de la cama, y ni me meneo. Quietecita, quietecita. No me destapo, ni me tapo. No me levanto a nada y si me aburro (tengo un poco de insomnio) no molesto.
Mi madre no. Mi madre que durmió conmigo, me doy la noche. Según ella, para no molestarme dando la luz si tenía que ir al baño, dejo la persiana subida. Yo la única condición que pongo para dormir con alguien es, a oscuras total, porque sino, no lo cojo (el sueño digo). Mal empezamos.
La luz no la dio, pero si dió mil vueltas (porque “la cama esta dura y la almohada baja”), suspiro porque está menopáusica y tan pronto tiene frío como se asa de calor y echa la sábana para encima de una como si una no sintiera los 35ºC de temperatura que había. Se levanto. Dos veces. Una a beber agua. Otra a mear el agua. Y yo digo: ella fue la que me enseño la que hay que hacerlo todo antes de ir a dormir…para no molestar. Me pregunto la hora. ME PREGUNTO LA HORA. ¡Cuando ya había conseguido dormirme!
A las 6 a.m sonó el despertador. Mis ojeras colgaban hasta el pómulo.
Con ojeras hasta el pómulo, el rimel corrido, el vestido arrugado y el moño mal hecho, llegue a Madrid. La sensación de haber dormido acompañada la daba, pero no con mi madre.
Yo a Madrid iba a colegiarme. En realidad colegiarme era la excusa porque a mi me encanta(ba) Madrid. A veces parece que he nacido con una flor en el culo y para encontrar sitios que sólo he visto en mapas de Google soy buenísima (como para dormir) y el colegio lo encontré a la primera.
La mujer encargada de colegiarme se parecía peligrosamente a la directora de mi residencia. Nada más verla la odie. En cuanto me sonrió falsamente y me llamo “querida” quise huir Serrano abajo. Sin perder su sonrisa me hizo dudar de las razones por las que me estaba colegiando, me llamo inepta o lo intentó, escudriño minuciosamente mi expediente (momento en el cual me dieron ganas de decirle “tía, para poner ciertas caras te esperas a que salga”) pero eso si, fue ella misma la que me acompaño hasta la puerta para despedirse con un “Bienvenida”. Entonces no quise huir Serrano abajo. Entonces me quede petrificada en el rellano esperando que me dijera cuando empezábamos las convivencias.
A mi me encanta(ba) Madrid. Sobretodo pasear por Madrid. Tras colegiarme, Serrano abajo, sin huir, por placer y luego a comer.
Fuimos al Fast Good de Juan Bravo. A mi me encanta(ba) el Fast Good, hasta ayer, que mientras comía en silencio me fije en todos los ejecutivos alineados que comían a mi alrededor; y esa comida que siempre me había parecido sana, comenzó a parecerme plástico de McDonal’s. Yo quería ir a Cervantes a comer tortilla rellena.
Salimos de allí y como mi madre viene de un pueblo con caca de oveja y mujeres que segan a hoz y yo de la capi de dicho pueblo, pues nos fuimos a la Puerta del Sol, que es donde van todos los de pueblo, a ver el cartel de “Tío Pepe”, los vendedores de “La Farola”, las putas de la Montera, los carteristas y el agujero de metro, que con amor Espe está construyendo.
Yo que me creo que tengo mundo, ir a la Puerta del Sol lo asocio con darme un garbeo por la Fnac a comprarme Vogue Paris y toquetear el resto. Que yo soy mucho de hablar pero cuando llega el momento en el que me puedo comprar una revista de las que me gustan de verdad, miro el precio, guardo la cartera, cojo el Vogue Paris y tan feliz.
Pues bien llego yo a la Fnac y cual es mi sorpresa que ya no venden prensa. En la Fnac no venden prensa. NO VENDEN PRENSA. Odio Madrid. Con el ardor de los mil soles que me estaban evaporando a las cuatro de la tarde, odio Madrid.En ese momento el resto de novedades literarias y audiovisuales que la Fnac ofrece me la soplaban. Salí de allí y en el quiosco de al lado pedí Vogue Paris. El quiosquero me miró y seguro que pensó “Si quieres Vogue Paris te vas a Paris, yo aquí sólo ofrezco calidad tipo Cuore”. No Vogue Paris. Odio Madrid.
Para mal de males, pasar el calor y como venimos de provincias, pues nos fuimos a los almacenes Corti, que es una horterada, una paletada, cansa y pone de mala leche.Nada podía ir peor. No había dormido. No Vogue Paris. Almacenes Corti… una pesadilla.
Siguiendo mis pies me planté en Velazquez. Mi madre, que a veces me lee la mente, me miró y me dijo que ya era tarde. Y es verdad era tarde. Lo decía porque se veía claramente que yo quería ir a Ekseption. No por la ropa, que también, y no porque pueda comprar, a lo sumo un barra de labios, que si me quito de comer dos o tres años a lo mejor de rebajas me puedo pillar una camiseta blanca, sino por el negro de Ekseption. El negro de Ekseption es el padre de todos los dependientes. Alto, cachas, moreno (más bien negro), gafitas metálicas e irresistiblemente encantador. Probablemente sea gay. Probablemente si no, tenga novia y sea un creído cabrón. No me importa, ambas cosas aumentan el “allure” del negro de Ekseption. A mi me gustan más bien de tez blanca de base y tirando a falso flacucho, pero el negro de Ekseption rompe todas mis reglas, mueve, mejor remueve mis voces interiores.Al ser tarde no iba a poder ver al negro de Ekseption pero cual fue mi sorpresa que estaba en la puerta de la tienda fumándose un cigarro. Me acerque al escaparate como si lo expuesto fuera la mayor obra de arte de este siglo, y así era, el negro de Ekseption.
Cansada, arrastrando mis pies estábamos madre y yo en el metro y empecé a pensar que en realidad ya no me encanta(ba) Madrid, que es más, la estaba empezando a ver como la ven todos.
Andando solas por esos túneles comenzó a sonar una música. Era una versión de una canción muy famosa, pero no me salía el nombre y eso es algo que me pone muy nerviosa. Al final caí, era “How deep is your love?” la tocaba un viejecito cubano que parecía sacado del Buena Vista Club Social. Era uno de esos momentos que sabes que son mágicos. Un momento de inflexión. Apareció un chico y me cruce con su mirada y me sonrió (eh! Todavía soy visible).
Quizás mi amor por Madrid no era tan profundo. Quizás mi cariño superficial por la ciudad donde he vivido cinco años sea amor profundo.
Muy tarde arribé a mi casa de provincias que esta al pie de la iluminada catedral, sola y cansada. Me eche en mi cama de 1’35 pensando que estaba enamorada. Para darme cuenta empezaba a odiar a mi chica ideal.
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