HISTORIA DE UNA PORTADA


Vogue Australia nunca ha estado en mi lista de revistas favoritas (NI DE LEJOS) . Sólo soy capaz de recordar una portada,  aquella de Gemma Ward fotografiada por Patrick Demarchelier en la que la modelo, en la cresta de la ola, era la editora invitada. Fue Diciembre de 2005. Lo he tenido que buscar.







Las grandes revistas de moda son marcas en sí mismas y mientras unas pertenecen al grupo editorial madre, otras se producen en colaboración bajo licencia y es el caso de Vogue Australia. Las que se producen bajo licencia no suelen contar con amplios recursos económicos lo que les lleva a abusar de reprints. No debe ser sencillo tener que mantener por un lado los valores de marca y de nombre de una cabecera como Vogue, con las de un grupo editorial que compra una licencia para desarrollarla y que en muchos casos desconoce lo que compra preocupándose únicamente en los beneficios a muy corto plazo. Y luego, por otra parte, estamos los consumidores de revistas a nivel internacional, tremlas revistas sean Vogue Italia o The Gentlewomanendamente críticos y que esperamos que todas.



Es lo que siempre me ha pasado con Vogue Australia (y Grecia y Taiwán…)  la he considerado una edición mediocre, llena de material que he visto antes. Pero ¡eh!, en su portal digital nacieron los Foros Vogue y eso merece un respeto.


Hace cosa de un año más o menos recuerdo como los medios de todo el mundo, incluidos los telediarios españoles (visualizo a Mónica Carrillo dando la noticia), contaban la salida al mercado de un libro donde se contaban por enésima vez los oscuros entresijos del mundo de la moda (dicho y escrito con ironía y desdén)  El libro estaba escrito por Kirstie Clements, antigua editora de Vogue Australia que había sido despedida en 2012, y todos los medios, nacionales e internacionales incluido el Guardian y el Telegraph, comentaban el mismo pasaje: como Kirstie había visto a modelos comer algodón para no sentir hambre y otros locurones similares. Sensacionalismo puro y duro.









Me lo compré. Lo primero que hice fue ir al famoso capítulo del algodón y aunque eso no es más que una anécdota de una frase, la autora culpaba casi únicamente de la talla de las modelos a los diseñadores y estilistas parisinas. Lo llama the parisian thin. Me pareció demagógico, aún así me leí los tres capítulos anteriores a ese y como me recordó tanto al inicio de las memorias de Grace Coddington chica-pobre-entra-en-vogue-desde-cero-y-trabaja-duro-para-vivir-un-sueño, lo deje, hasta que el otro día vi que en Amazon tenían disponible una versión digital en castellano y como buena persona capaz de tropezar en la misma piedra una y otra vez (soy de un patoso que asusta) lo compré (DE NUEVO). Y me retracto de lo que pensaba.




El libro cuenta muchas cosas de como se trabaja en una revista, de lo que cuesta sacar adelante los proyectos y los editoriales para una revista pequeña y además de un país  aislado geográficamente como es Australia y de la evolución del medio en 30 años. En vez de estar escrito desde el rencor, a Clements se la lee agradecida aunque de vez en cuando clava algún puñal y toda historia ya se sabe, tiene varias versiones (y aún logrando mi simpatía, Vogue Australia es, lo que es, un poco… del montón)  Hay una parte que se me escapa porque en numerosos capítulos hace mención al yugo y a la crítica que ha supuesto para ella otros medios australianos y ahí si se aprecia rencor  y de alguna manera se intenta justificar de algunas portadas y decisiones, todo en un ámbito local.



En particular hay un capítulo que me ha resultado interesante sobre lo bizarra que puede ser la moda. En el año 2003 eran extrañas las ediciones especiales de las revistas ya Clements se le ocurrió la idea de darle el número de Diciembre a Karl Lagerfel para que hiciera de editor invitado y situar en el mapa a Vogue Australia. Lagerfel aceptó y quiso fotografiar a Cate Blanchett, Kylie y Nicole Kidman para el número. Con Kylie y Cate no hubo problema. En cambio con Kidman todo eran peros, por parte de la actriz de su agente, de todos. Clements sabía que Lagerfeld iba a entrevistar a Baz Luzman para el número y le dijo que si por favor podían mediar para conseguir a Nicole. No lo consiguieron, pero allí empezaron las conversaciones para el famoso anuncio del Número 5, que todavía tardó dos años en salir (se conoce que Nicole y su agente son muy difíciles) Karly al final también se desesperó y le propuso a Clements parodiar a Nicole porque recientemente había trabajado con Eva Herzigova y había en ciertas poses que parecía Nicole. De esa conversación salió esta portada de Eva, que parece Nicole adrede para darle en las narices a ella y a sus agentes.



Además se solucionó de paso un tema de portadas ya que tanto los agentes de Nicole como los de Cate habían exigido ser portada si la otra actriz aparecía.

El libro es malo y no pasará a la historia de los libros de moda pero es entretenido y está lleno de chascarrillos para un verano que no llega.




P.D Gema Ward sólo aparece una vez nombrada en todo el libro. Cada día me inquieta más la historia de juguete roto de esta chica


El libro por cierto es "The Vogue Factor" y castellano creo que sólo está en Amazon en formato digital

LA VIDA EN FILTROS

Mi amiga la jipi se ha quitado el Facebook porque la gente es demasiado feliz. Lo que parecía ciencia ficción a principios de siglo es hoy una realidad, vivimos en Second Life.

Hasta lo que sé Second Life fue la primera red social, antes incluso de MySpace. Era una especie de ciudad Sim, una realidad paralela en la que un usuario medio podía llegar a ser una estrella del rock y vestir de Givenchy. Vivir delirios de grandeza a través del modem. ¿Suena?

En la actualidad lo que proyectamos de nosotros en la sociedad digital no es otra cosa que nuestras frustraciones con un filtro valencia, nadie es tan feliz ni tiene una vida tan perfecta. Lo sabemos, pero fastidia que el vecino enseñe esa mesa tan perfecta cuando sabemos que esconde las migas debajo de la alfombra. Nosotros también lo hacemos porque inconscientemente se ha establecido una especie de competición para ver quien tiene la vida más cuqui.

El problema es intentar colocar filtros a la vida analógica. Intentar vivir permanentemente como en un estado chill out de Facebook. A nadie le gusta fracasar, creo que no nos preparan para ello y a nadie y aunque no lo reconozca, fracasar mientras los demás triunfan jode. Contar sólo lo bueno a la gente que te quiere, lo único que trae es más infelicidad porque se entra en una espiral de apariencia/frustración difícil de salir porque al estar tan permanentemente publicados en el fondo nuestras miserias son públicas.

Entiendo a la jipi y su manera de cortar por lo sano, es un gesto y una razón sincera. La vida no es tan permanentemente cool y bohemia. La vida es más bien el filtro en blanco y negro con escala de grises de Instagram. 

Seremos más felices el día que seamos más sinceros con nosotros mismos. Ojalá poder dar a todo y todos la callada por respuesta.


En estos días en que todo el mundo es tan feliz habría que saber como van las ventas de Prozac.



"Coco No. 2" Cate Blanchett por Karl Lagerfeld. Vogue Australia Diciembre 2003

This Mastic Wedding


Tengo muchos guilty pleasures. La mayoría de morro fino y algo señora que diría Mikey Fernández.


Me gustan las crónicas estivales de las fiestas de los Hamptons, los cotilleos de los descendientes del Mayflower, las bodas que se anuncian en el Page Six y las sociedades secretas de la Ivy League. El rancio abolengo de la costa este, Martha Stewart y el programa de Victoria Amory. Y no me avergüenzo, oiga. Hay quien diría que estas son “mis cosas” como si interesarse por temas, digamos, high class te convirtiera en un impedido intelectual. Hay gente que no entiende el enorme placer que produce ser un frívolo consciente, que, en una actitud que podría rozar la soberbia, lleva a mirar por encima del hombro al interlocutor que te considera directamente tonto. Otro guilty pleasure.



Tras una semana pasada de nubes negras sobre mi cabeza, el domingo Instagram me hizo un regalo, el hashtag #thismasticmoment. La boda de Charles Shaffher y Elizabeth Cordry, lo que viene siendo la boda que convierte a Anna Wintour en suegra.

Wintour ha tenido suerte. Sus hijos han salido normales. Dentro de lo normal que uno puede salir siendo de la alta sociedad de Nueva York. Me explico. Su hija Bee Shaffer tenía todas las papeletas para convertirse en una Eugenie Niarchos de la vida, diseñar joyas y vivir entre barcos y estaciones de esquí, es más, mamá cuando ella era aún adolescente lanzó una revista para ella, Teen Vogue. Durante años, los medios europeos la vendieron como si fuera Blair Waldorf, pija y mala en contraposición a su alter ego europeo Julia Restoin Roitfeld, la simpática vecinita de al lado. Mientras a Julia la fuimos leyendo en cientos de entrevistas clónicas, Bee estuvo callada, hasta que un día, tazón de cereales en mano y ante una cámara dijo que ella pasaba de ser editora que quería ser abogada. Un golpe en la mesa y de repente Bee es una productora enganchada a Downton Abbey fan de los Bengals. Adorable.



Por su parte Charles Shaffer nunca ha sido pasto de los medios porque ni tiene la planta de los Niarchos o Valmorbida, ni la actitud de Froilán, es psiquiatra como su padre y lo dicho, perfectamente normal. Y dentro de esa normalidad se ha casado en una boda que mezcla todos mis guilty pleasures americanos. Una boda perfecta, con una chica rubia que nada tiene que ver con otras rubias de Bergdorf muy del estilo de Indre Rockefeller.

En una estética muy parecida al 50 cumpleaños de Hamish Bowles (que no fue a la boda porque estaba invitado a otra) pero sin los disfraces años 20, se desarrolló el enlace, en la finca de Anna Wintour. La novia fue de Oscar de la Renta con un corte clásico, encaje y velo, favorecida y cómoda. Algún día hay que hablar de los vestidos de novia de Oscar. Las damas de honor de Prada, las niñas de las flores de McQueen con bailarinas de Marie Chantal y la suegra de Chanel. De verdad que no puedo pedir más. Felicidad absoluta.

Había un cuarteto de cuerda tocando, un violinista en una casa sobre un árbol, mesas alargadas decoradas con flores que parecían recién cortadas de entre la maleza de la finca y manteles estampados. Un poco decadente, con mucho gusto y nada forzado. La boda que toda maleni desea y por eso llena su día de detalles innecesarios olvidándose muchas veces de lo importante. Aunque se podría pensar que la mano de Anna está detrás de todo esto, que seguro, yo creo que su mano está detrás de la elección de la organizadora.

Había gente de la moda pero no en exceso, una boda muy publicada pero privada que no necesita ni cash ni publicidad. La lista de bodas en Williams Sonoma

y la luna de miel en las Rocosas. Todo normal. Perfectamente normal. Guilty Pleasures




Las fotos son de Instagram. se encuentran buscando #thismasticmoment o #masticinlove.